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domingo, 30 de noviembre de 2008

Milagros Eucarísticos

Flor de los campos y Lirio de los valles



Lucerna, Suiza.



El párroco de Ettiswyl, un día de fuertes lluvias llevó el Santo Viático a un enfermo que moraba en la campiña. Llegó a un sitio en que el camino estaba convertido en un verdadero pantano, y, por desgracia, tropezó y cayó.
En su caída se abrió el copón, y la Santa Hostia desapareció entre el limo, sin que pudiese dar con ella. En este trance, exclamó entre sollozos:



  • ¡Señor, tened piedad de mí! No me levantaré de este lugar hasta que me mostréis donde se encuentra el Santísimo Sacramento...

    A tan humilde ruego el Señor obró este prodigioso milagro: De en medio del fango brota una plantita terminada en un botón. Ante la sorpresa del sacerdote, crecen planta y botón rápidamente; el botón se abre y se transforma en una hermosa flor de bellos colores y suaves perfumes, dentro de la cual apareció, brillante e inmaculada, la Sagrada Forma que se había caído, y que, sin duda, habían recogido los ángeles para honrar al que en las Escrituras es llamado "Flor de los campos y Lirio de los valles".Con alegría recogió el Sacramento tan milagrosamente conservado y siguió su camino hacia la morada del moribundo a quien debía consolar.




  • Hostia suspendida en Turín Turín Italia (1452)

    Este milagro ocurrió durante una época de guerras e invasiones entre los distintos pequeños imperios de Italia. Cuando tropas invasoras se acercaban a la ciudad de Exiles todos los aldeanos y todos los que vivían en esa área, dejaron sus casas. Los soldados empezaron a saquear las casas e Iglesias de la ciudad. Un soldado entró en la Iglesia local, forzó y abrió la puerta del tabernáculo para robarse la custodia. La tomó sabiendo lo que era. No le importó tampoco tomar la Hostia Consagrada que estaba ahí reservada. Esta custodia era usada para dar bendiciones. El soldado tiró la custodia en su saco, y lo puso sobre su burro. Probablemente por la presencia del Señor el animal se sentía molesto de llevar el saco sobre la espalda y se caía continuamente. De cualquier manera, el soldado quería deshacerse de las cosas que había robado, y por esta razón vendió el saco y su contenido al primer mercader que cruzó su camino, por un precio muy barato. El mercader vendió el saco a otro mercader, quien se lo vendió a otro. Cuando el ultimo mercader compró el saco, éste iba en camino a Turín. El mercader entró en la ciudad con el burro cargando el saco. En frente de la Iglesia de San Silvestre, como se llamaba en la época del milagro, en la plaza el burro tropezó y se cayó. Su dueño trató de levantarlo, pero el animal se negó a moverse. El dueño empezó a pegarle y se juntó una muchedumbre. A nadie le gustaba ver como maltrataba al burro. Entre más grande se hacía la muchedumbre, más frustrado se sentía el mercader y golpeaba al burro sin misericordia. El burro se movía de un lado a otro tratando de escapar los latigazos de su amo.
    El saco se resbaló de la espalda del burro y cayó en el suelo, y todo el contenido se esparció por la calle. Todos los ojos se fijaron en la custodia, especialmente en la Hostia que estaba dentro de ella. Resplandecía, haciéndose tan brillante que tenían que apartar los ojos del resplandor. La Custodia se elevó en el aire, hasta una altura de 10 - 12 pies, y ahí se detuvo permaneciendo suspendida en el aire. La muchedumbre manifestaba con suspiros su impresión ante la Señal Milagrosa. Desde la Iglesia de San Silvestre, el Padre Coccomo se dio cuenta de que algo pasaba al ver la muchedumbre, y fue a ver que era lo que les atraía.
    Cuando vio la custodia flotando en el aire, se dio cuenta de que esta era una señal del
    Señor. Entonces, el sacerdote corrió para informarle al Obispo lo sucedido. El Obispo inmediatamente formó una procesión de sacerdotes que fue desde la Catedral hasta la Plaza. Esta noticia se esparció rápidamente, y oficiales de la ciudad marcharon, a ver el milagro, en fila detrás de los sacerdotes. Cuando el obispo llegó al lugar, la custodia se abrió, y cayó al suelo, dejando a la Sagrada Hostia suspendida. Estaba rodeada por una aura deslumbradora. El Obispo, acompañado de los sacerdotes, empezó a cantar un himno en latín. Las personas de la ciudad cantaron " Resta con noi, ", Quédate con nosotros. " La Hostia comenzó a descender. El obispo sujetó un cáliz y la Hostia Milagrosa empezó a bajar, y lentamente se deslizó en el cáliz. Las personas de la ciudad se maravillaron de este hecho, y siguieron al Obispo en procesión hasta la Catedral. Inmediatamente se le avisó al Vaticano. Este milagro sucedió el 6 de junio, de 1453.
    La ciudad de Turín fue conmovida por este Milagro Eucarístico. Pusieron una señal a donde ocurrió el milagro, y donde cayó el burro hoy existe una gran iglesia con una placa que dice : Aquí, el 6 de junio, de 1453, cayó el burro que estaba cargando el Cuerpo del Señor. Aquí la Sagrada Hostia, libre de sus ataduras, se elevó en el aire. Aquí descendió suavemente a las manos suplicantes de los Turinenses. Aquí, por lo tanto, recuerden el milagro, arrodíllense en el suelo, veneren y miren con temor un lugar sagrado. En el año 1584 despues de 131 años en que la hostia se mantuvo intacta sin corromperse, llegó de la Santa Sede la orden que el Milagro Eucarístico debía ser consumido. La razón dada por el Vaticano fue para "no obligar a Dios a mantener este Milagro Eucarístico por siempre". Papas que han reconocido el Milagro de Turín : Pío II, Gregorio XVI, Clemente XIII, Benedicto XIV, San Pío X, Pío XI y JUAN PABLO II.


    Retroceden las olas del mar ante la Hostia consagrada


    El siguiente suceso tuvo lugar en enero de 1906, en el pueblo de Tumaco, Colombia. Hallábase allí el reverendo padre fray Gerardo Larrondo, teniendo como auxiliar al padre fray Julián Moreno, ambos recoletos. Eran casi las diez de la mañana, cuando comenzó a sentirse un espantoso temblor de tierra, siendo éste de tanta duración que, según cree el padre Larrondo, no debió bajar de diez minutos, y tan intenso, que dio con todas las imágenes de la iglesia en tierra. De más está decir el pánico que se apoderó de aquel pueblo, el cual todo en tropel se agolpó en la iglesia y alrededores, llorando y suplicando a los padres organizasen inmediatamente una procesión. Parecíales a los padres más prudente animar y consolar a sus feligreses, asegurándoles que no había motivo para tan horrible espanto, cuando advirtieron que iba el mar alejándose de la playa y dejando en seco quizá hasta kilómetro y medio de terreno de lo que antes cubrían las aguas, las cuales iban a la vez acumulándose mar adentro, formando como una montaña que, al descender de nivel, había de convertirse en formidable ola, quedando probablemente sepultado bajo ella o siendo tal vez barrido por completo el pueblo de Tumaco, cuyo suelo se halla precisamente a más bajo nivel que el del mar. Aterrado entonces el padre Larrondo, lanzóse precipitadamente hacia la iglesia, y, llegándose al altar, sumió a toda prisa las Formas del sagrado copón, reservándose solamente la Hostia grande, y acto seguido, llevando el copón en una mano y en otra a Jesucristo Sacramentado, exclamó:


    Vamos, hijos míos, vamos todos hacia la playa y que Dios se apiade de nosotros.

    Como electrizados, marcharon todos clamando a Dios, tuviera misericordia de ellos. Poco tiempo había pasado, cuando ya el padre Larrondo se hallaba en la playa.No se intimidó, sin embargo, el recoleto; antes bien, descendió intrépido a la arena y, colocándose dentro de la jurisdicción ordinaria de las aguas, levantó con mano firme y con el corazón lleno de fe la Sagrada hostia a la vista de todos, y trazó con ella en el espacio la señal de la Cruz. ¡Momento solemne! La ola avanza un paso más y, sin tocar el sagrado copón que permanece elevado, viene a estrellarse contra el ministro de Jesucristo, alcanzándole el agua solamente hasta la cintura. Entonces todo el pueblo en masa estallo en una sola aclamación: ¡Milagro! ¡Milagro! En efecto: aquella ola se había contenido instantáneamente, y la enorme montaña de agua, que amenazaba borrar de la faz de la tierra el pueblo de Tumaco, iniciaba su movimiento de retroceso . A las lágrimas de terror sucediéronse las lágrimas del más íntimo alborozo. Mandó entonces el padre Larrondo fuesen a traer de la iglesia la Custodia, y, colocando en ella la Sagrada Hostia, organizóse, acto seguido, una solemnísima procesión, que fue recorriendo calles y alrededores del pueblo. El suceso de Tumaco tuvo grandísima resonancia en el mundo, y de varias naciones de Europa escribieron al padre Larrondo, suplicándole un relato detallado de lo acontecido.



    El milagro de Alboraya


    Era una noche de julio de 1348. La atmósfera, calurosa y cargada de humedad, presagiaba una tormenta. Con todo, el párroco de Alboraya (Valencia – España), celoso de su ministerio sacerdotal, salió con el Viático camino de una lejana alquería, donde le reclamaba un moribundo.
    La tormenta estalló en el preciso momento en que, terminada su misión, se disponía a regresar.

    Los vecinos le aconsejaron que esperase, pero no podía quedarse allí toda la noche y, aprovechando un momento de calma en el temporal, apretando contra su pecho el copón, caminó entre lodazales y en la oscuridad, amortiguada por el débil resplandor del farol que llevaba su acompañante. Todo fue bien hasta llegar al barranco de Carraixet.
    Era el paso más difícil del camino.


    Con la reciente tormenta, el torrente había centuplicado su caudal y una simple tabla servía de puente para salvarlo.


    El párroco, animoso, se arriesgó, pero, cuando estaba a mitad del estrecho puente, resbaló y, en el brusco movimiento para guardar el equilibrio, el copón salió despedido para hundirse en las tumultuosas aguas del torrente. El Párroco, valiente y temerariamente, se arrojó a. las aguas para rescatar el precioso tesoro.
    Luchó contra la corriente, Pero sus esfuerzos fueron en vano: el copón quedó sepultado y en el había tres Formas. La noticia corrió velozmente por el contorno y fueron muchos los hombres que se prestaron voluntarios para rescatar de las aguas el Sagrado Tesoro. En ello trabajaron toda la noche y, por fin, con las primeras luces del día, apareció el copón. Pero... ¡estaba vacío! Con el golpe de la caída se había entreabierto y las tres Formas que contenía, arrastradas por la violencia de la corriente, habían desaparecido camino del mar. La desolación del cristiano pueblo de Alboraya fue indescriptible, e inmediatamente se organizaron actos de reparación, de honor y desagravio. ¡Emocionante y ejemplar la fe de aquel pueblo valenciano!... Tanto que el Señor quiso premiarlos con un estupendo milagro. Milagro inaudito, que parecía increíble, de no contarlo cien crónicas que han hecho célebre el barranco de Carraixet. A la incierta luz de la aurora, allí donde el torrente rinde sus aguas al mar, todos los vecinos de Alboraya pudieron ver cómo tres peces se mantenían erguidos sobre la corriente, sosteniendo en la boca entreabierta una Hostia consagrada. El estupor hizo caer de rodillas a las sencillas gentes del campo, mientras alguien corrió a comunicar al párroco el portentoso suceso. Los tres peces siguieron inmóviles en medio de la corriente hasta que el sacerdote, revestido de ornamentos sagrados, se acercó a la ribera. Y entre cánticos del pueblo y lágrimas que corrieron de todos los ojos, los tres peces fueron depositando las tres Formas en manos del sacerdote. Nunca se vio procesión tan devota como la que entonces se organizó para trasladar al Santísimo desde la ribera del mar hasta la iglesia del pueblo. El copón de tan singular maravilla se conserva aún hoy como perpetuo recuerdo del milagro, y para hacer nacer la fe en los corazones de quienes no creen, han grabado en él esta frase feliz



    • ¿ Quién negará de este Pan el Misterio, cuando un mudo pez nos predica la fe?

    En: el lugar del milagro se erigió una ermita que lleva el nombre de “Ermita dels Peixets” en lengua valenciana, que significa en castellano “Ermita de los pececitos”, cuya imagen se muestra abajo. Junto a la Ermita, situada a tan sólo unos 4 kilómetros de la ciudad de Valencia, existe además un pequeño parque en la actualidad.


    Historia de la Fiesta de Corpus Christo



    (Italia) 1263. El Padre Pedro de Praga era un buen hombre, de grandes virtudes, pero estaba teniendo grandes dudas sobre la presencia física de Jesús en la Eucaristía. Viajó en una peregrinación hacia Roma, porque creía que orando en la tumba de San Pedro recobraría la fe que él necesitaba para permanecer en su ministerio. En su camino hacia Roma, se quedó en la Iglesia de Santa Cristina y pidió celebrar Misa en ese altar.Como era su costumbre, oró antes de la Misa. Su oración fue la misma: suplicaba para creer sin ninguna duda que el regalo que se nos había dado en la Última Cena era realmente el cuerpo de Cristo. Comenzó a celebrar la Misa como de costumbre y, en el momento de la Consagración, elevó la hostia muy alto sobre su cabeza, y dijo las palabras que mandó Jesús: "ESTO ES MI CUERPO" Y entonces, el pan sin levadura se convirtió en carne, y empezó a sangrar profusamente; la sangre cayó sobre el Corporal. El sacerdote, asustado, y no sabiendo exactamente que hacer, envolvió la hostia en el Corporal, lo dobló y lo dejó en el altar. Cuando se iba, gotas de sangre cayeron en el piso de mármol enfrente del altar. El Padre Pedro inmediatamente fue a decir lo que había sucedido al Papa Urbano IV, que en ese tiempo estaba a poca distancia de Bolsena. El Papa mandó a un Obispo al lugar para verificar lo que el Padre Pedro le había dicho y para traer a Orvieto la Hostia Sagrada y el Corporal. Cuando el Papa Urbano IV vió aquel milagro se arrodilló profundamente conmovido ante el corporal sagrado, fue al balcón del Palacio Papal, lo elevó reverentemente y se lo mostró a las personas de la ciudad; proclamando que el Señor había visitado su pueblo. Durante el año siguiente el Papa Urbano IV instituyó la Fiesta de Corpus Christi en honor del Santísimo sacramento de la Eucaristia.


    Avignon: Subida de un rio

    El Sorgue es un río que pasa por la cuidad de Avignon. El río se desbordaba cada ciertos años. Cuando esto ocurría, el agua inundaba las casas y fincas de los alrededores. A fines de noviembre de 1433, después de fuertes lluvias, vino una gran inundación. El agua penetró más que en años anteriores. Fue una de las peores inundaciones conocidas. En las noches del 29 y el 30 de noviembre, el nivel del agua subió a gran altura. Los Penitentes Grises de la Orden Franciscana estaban seguros de que la pequeña iglesia de la Santa Cruz se había inundado y decidieron ir allí para salvar la Eucaristía y traerla a tierra seca. Dos de los superiores de los Penitentes Grises se subieron en un bote y remaron hasta Milagro eucarístico de avignon. Cuando llegaron, descubrieron que el agua había subido hasta la mitad de la puerta de la entrada de la iglesia. Sin embargo, cuando abrieron la puerta, para su sorpresa, encontraron que el pasillo, desde la puerta hasta el altar, estaba completamente seco. El agua se había acumulado formando paredes de agua a derecha e izquierda del pasillo, como a cuatro pies de altura. Nuestro Señor Jesús, en la Hostia Consagrada en la custodia, permanecía regiamente sobre el altar, completamente seco. El milagro recuerda lo que cuenta la Biblia sobre el Mar Rojo que se parte ante el ingreso de los Israelitas y la división del río Jordán ante la entrada en el del arca de la alianza. Realmente, también les pareció de esa forma a los Penitentes Grises. Buscaron a otros miembros de los Penitentes Grises para que fueran y verificaran el milagro. Los cuatro Frailes oraron juntos y llevaron la custodia que contenía el Santísimo Sacramento a una Iglesia Franciscana en tierra seca. Cuando colocaron la custodia en el altar, leyeron del libro del Éxodo sobre la División del Mar Rojo (Éxodo 14:21): "Moisés tendió su mando sobre el mar e hizo soplar Yahvé sobre el mar toda la noche un fortísimo viento solano, que le secó, y se dividieron las aguas. Los hijos de Israel entraron en medio del mar, a pie enjuto, formando para ello las aguas una muralla a derecha e izquierda." Los Franciscanos escribieron el testimonio de los cuatro Frailes en los registros de su comunidad, donde se conservan hasta hoy día.